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LA BANALIDAD ESTÁ DE MODA


"Un gran diseñador debe ser: arquitecto para los planos, escultor para la forma, pintor para el color…” Cristóbal Balenciaga.

Amar a la moda es, principalmente, amar a los tejidos que contienen colores deleitantes y favorecedores a nuestro tono de piel, al corte que atenúa nuestros defectos físicos y nos hace ver increíbles y a todos los matices dignos de adoración cual si icono de culto fuera. Es como el little black dress de Chanel. Enamorarse de sí mismos durante este proceso, resulta bastante creyente y tender a caer al agua como Narciso, ahogado en su propio él (como se ahogó John Galiano, enDIORisado), también.

Y es que el sentimiento que produce ver una bella prenda de vestir se potencia cuando, al entrar al vestidor, esta encaja como cual alma gemela; o cuando la armonía de un perfume es totalmente compatible con el pH de nuestro cuerpo; es en ese momento cuando se produce una explosión hormonal…es un acto que nos da placer, tanto, que se adhiere a nuestro genoma y nos define como personas.

Hasta se podría decir que de la manera como nos comportemos ante un escaparate, nos comportaremos ante la vida. Esta es la línea que separa el concepto de la moda del ser banal. Caer o no caer, esa es la cuestión.

Sin embargo, hay más profundidad en la moda de lo que creemos.

Ser capaces de canalizar la ebullición de emociones que emanan de la percepción visual de una prenda de vestir, es mágico, pero se basa en estímulos sensoriales, la verdadera profundidad en la moda es la reivindicación inherente a una prenda de vestir.

Incluso cuando la misma Mademoiselle Chanel concluyera: “lo que importa no son los quilates, sino la ilusión”, cuando aplicó el minimalismo en la joyería, estaba haciendo crítica a aquellas quienes llevaban sus cajas fuertes colgando al cuello.

Desde que el concepto de Adán y Eva se atornillara al sapientes, sapiens, se ha asociado la ropa a un pensamiento negativo ¿Estar desnudo es símbolo de pureza y estar vestido un signo de vergüenza? O ¿Es el vestido el que nos salva de la vergüenza de estar desnudos? Preguntas existenciales en las que no cabe la respuesta.

Lo cierto es que la vestimenta protegía de las inclemencias del tiempo, es decir, era un objeto funcional y, en cierto modo, hasta habría cierta coquetería en referencia al tipo de piel que se usaba, a los tonos, al corte, etc., que denotaban el concepto nativo de querer estar bellos y querer sentirse deseados más allá de lo puramente funcional, sin olvidarnos de los accesorios o pigmentación de la piel hechos con semillas de plantas para ornamentarnos.

Podríamos atribuir algún simbolismo en referencia al tipo de piel de animal que se usaba. Quizá, si un hombre usaba piel de oso, podría decirse de ese hombre que era fuerte e inteligente, porque se valió de su fuerza y de su inteligencia para matar al oso y, por tanto, podría ser admirado… ¿Por eso mataba al oso? ¿Por su afán de protagonismo y ego ¿O porque la piel del oso le iba a dar calor durante el hostil invierno?

Lo que sucedió después es historia. En Roma, por ejemplo, el rojo era símbolo de riqueza y bienestar económico, por ello, solo los emperadores y senadores podían llevar ese color.

Entonces, la vestimenta desde siempre se ha usado para identificar a un grupo y por muchas razones, que no solamente por la banalidad con la que se estigmatiza al amor por el vestir.

Se trata de una lucha eterna por diferenciarse, por estar fuertes ante la selección natural, quizá proveniente de nuestro temor a desaparecer como especie al que se refiere el darwinismo social, que describe la competición entre etnias, clases sociales, etc., donde sobrevive solo el más fuerte.

Si Chanel, la diseñadora más disruptiva de la era contemporánea, creó la ropa holgada, que se asemejaba al uniforme del orfanato donde se crió, para burlarse de la alta sociedad; si los hippies usaban prendas sugerentes con el afán de sublevarse contra la mojigatería imperante en los sesenta; o si las cantantes son iconos reivindicativos porque llevan sujetadores por fuera, mallas sin nada que esconder o atuendos imposibles; allí hay algo más que ego… hay expresión de la esencia del ser humano cada una en su época…y no tiene porqué ser siempre tan profunda…

La moda es historia que se vuelve histeria colectiva. Es un arma de doble filo.

“Hombres y mujeres, desde que nacemos lo que queremos es que nos quieran y nos vestimos es para que nos quieran” Adolfo Domínguez.

Usar la ropa para expresar lo bellos que nos sentimos no tiene porqué asociarse a lo negativo, porque querer expresar que nos agrada nuestro cuerpo forma parte también de nuestra introspección como seres humanos…y aplicando el aforismo griego “conócete a ti mismo” la profundidad tiene que ver, además, con conocer a nuestra imagen física.

Lo banal viene, quizá, cuando, a través de una prenda de vestir, se expresan modos de ver la vida muchas veces contrarios al propósito original de la propia prenda, aunque también es cierto que cambiar el simbolismo de algo está implícitamente permitido en el comportamiento de sociedad, sino, díganselo a los conceptos de vintage o retro… o a los que obligaron a la RAE a quitar los acentos a los artículos demostrativos…

Pues bien, siguiendo con lo banal, se podría decir que los zapatos de tacón son piezas caracterizadas, generalmente, por su incomodidad, representan al machismo porque con zapatos de tacón la maniobra de la mujer está limitada, son para que la mujer esté siempre perfecta y expuesta en un escaparate y sin moverse demasiado. Son sinónimo de sumisión ante el hombre. Por ello, se cree que al hombre le encanta una mujer con tacones, parece que en su subconsciente alberga puede dominarla.

Si las artistas que dicen ser reivindicativas, en lo que a igualdad de género se refiere, pueden cantar las letras más atrevidas, usar ropa interior por fuera y hasta fumar un puro en plena actuación, se enfundan en tacones de 20 centímetros ¿Lo hacen como provocación, un intento de cambiar el estigma del zapato de tacón? ¿ O simplemente lo hacen de forma inconsciente pensando que esos zapatos combinan muy bien con el atuendo y las hace ver estilizadas?

Y, por otro lado, quienes desean manifestar su alto grado de unión con lo natural, con lo sano y el cielo guardado por querubines, se desnudan. Lo irónico es que esos desnudos provienen de quienes antes se enfundaban en tacones para revindicar “noséqué”. Entonces, se mezcla aquella que antes llevaba tacones altos con esta que ahora se desnuda y se crea la crítica que justifica este análisis simbólico-conceptual.

Siempre hay un significado, un grito en silencio que comunica algo, tanto de quien lleva una prenda como por quien la diseña.

Aunque el estilista, y ahora diseñador, Nicolás Ghesquiere, cuando inició la dirección creativa de Balenciaga (pese a Balenciaga no quisiese que nadie usara su firma después de que cerrara con 77 años), dijera que no quería encasillar sus diseños a un concepto, el concepto surge al leer su estilo, un estilo marcado desde el origen de la firma que creó Cristóbal Balenciaga: cortes abiertos para que el cuerpo se moviera en libertad…

Balenciaga, fue conocido por ser un gran desconocido, un ser tímido que ocultó sus tendencias sexuales y que mantuvo su vida privada en discreción. Quizá el diseño de sus prendas conocidas por todos estuvieran hablando por él…

Por eso, este análisis intenta descubrir por qué los personajes más relevantes e influyentes de la sociedad llevan sus prendas. Qué intentan comunicar a través de las piezas más artísticas de la moda, qué inspira a los diseñadores a crear sus obras de arte textil junto con perfumes, joyas, zapatos, bolsos…


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