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EL HOMBRE DE LA MULETA INVISIBLE

En una región occidental nació un bebé blanco como la leche y hermoso como la luz de un nuevo amanecer. El pequeño era jueguetón, risueño y se aventuraba en muchas odiseas siempre con finales increíbles, lo que le ayudaba acrecentar su autoconfianza. Así pues, el pequeño fue creciendo y llenando su vida de experiencias.

Una trágica noche, aquel niño ya joven, fue atropellado por un auto que lesionó gravemente su pierna derecha. Largas horas de sufrimiento y tristeza invadieron a sus familiares durante el transcurso de su operación, la cual culminó con éxito.

Los doctores reunieron a sus familiares y les informaron de lo complicada de la operación y de lo duro que sería su recuperación, pero varios meses después, gracias a enfermeras y a doctores logró dar sus primeros pasos. Tiempo después, lo hizo solo con la ayuda de un par de muletas que le regaló su hermana quien no soportaba tan siquiera ver a su hermano en esa situación, pero que se hacía la fuerte y jamás demostró que estaba quebrada por dentro.

Los días pasaron y seguido a ellos los años y aquel joven, ahora adulto, aún necesitaba la ayuda de aquella muleta que cada año era cambiada y renovada por alguna más moderna y más cómoda gracias a la atención que su hermana jamás dejó de darle.

Aquella hermana se encargó de sostener a su hermano con la muleta más que física mental, ya que jamás pudo imaginarse a su hermano caído en el suelo por falta de soporte en su pierna pudiendo ella proporcionárselo, y es que, de algún modo, ella se sentía responsable de su cuidado, sentía que se lo debía a sus padres ya fallecidos.

Así pues, ella continuó apoyándolo en su vida diaria y suministrándole constantemente muletas para que él no cayera, pero la situación no era lo que parecía, ella creía que le hacía un bien poniendo su hombro para que su hermano se apoyara en él y solo colaboraba, sin saberlo, con que él se atuviera a descansar cómodamente en los brazos de su hermana y no en su propia pierna, que ya había sanado y que se estaba atrofiando por la falta de uso. Esa comodidad de uno era el cese de mejoras personales del otro, porque la hermana había olvidado su vida personal por atender a un hombre perfectamente sano.

Aquella situación cambió drásticamente un día cuando la hermana soñó con su madre que le susurró al oído: "las muletas ayudan a sostenerte en los momentos más duros, pero cuando no las quitas a tiempo hacen más daño que las propias heridas". Entonces, ella entendió lo que debía hacer...

Al día siguiente de aquel sueño revelador, buscó a su hermano y sin decirle palabra alguna lo subió a su auto y lo llevo a pasear. Llegaron a una casa en la montaña y se instalaron. Hablando de muchas cosas, la hermana le preguntó por el estado de su pierna y él le dijo que estaba un poco mejor, pero que aún necesitaba la muleta para poder caminar. La hermana guardó silencio y se cuestionó a sí misma si sería capaz de hacer lo que iba a hacer a continuación, pero rápidamente se puso firme en su convicción y arguyó: “hermano, vamos a tomar aire fresco” y, dubitativamente, este aceptó.

Se encaminaron al más alto podio de ese monumento natural y una vez allí ella le dijo: “hermano, esto o me lo vas a agradecer por el resto de tu vida o yo lo voy a lamentar por el resto de la mía”. Seguidamente despojó a su hermano de la muleta que lo mantenía en pie y con los ojos nublados por ríos de lagrimas que bajaban y bañaban su rostro dio la vuelta y se marchó, dejando a su hermano incrédulo en el suelo y con más dolor en su alma que en su pierna.

Gritaba desesperado que no lo hiciera, que regresara y lo ayudara, que él haría todo lo que ella quisiera, pero que no lo dejara ahí. No hubo vuelta atrás, la hermana no volteó ni siquiera a ver en qué estado había quedado. Sin embargo, como no tenía el corazón de piedra, por más que quiso no se alejó demasiado, solo hasta que su hermano no la pudiera ver y una vez ahí uso unos matorrales para esconderse.

Pasaron horas hasta que su hermano dejó de llorar e intentó, al menos, mover la pierna, y lo hizo por miedo, porque sentimiento que mueve al más débil no es el coraje si no el es el miedo, sí, el miedo a verse solo y desamparado, de imaginarse devorado por cualquier animal y el ver oscurecer todo a su alrededor lo hizo reaccionar y de que manera.

Con fuerza se arrastró hacia una rama colgante de un árbol, se la amarró del brazo y con lentitud pero firmeza se levantó y por primera vez en muchos años no utilizó las muletas para dar un paso, pero no fue cualquier paso, ese paso le hizo recordar que tenía dos piernas y le confirmó a su cerebro que su pierna estaba sana y pese a su debilidad por falta de uso ella le respondió. Ahora sin la rama en la mano dio su segundo paso ante la mirada atónita de su hermana que lloraba de felicidad aunque aún permanecía escondida para no interrumpir los avances de su hermano quien empezaba a creer nuevamente en sí mismo.

Dio 10 pasos, se cansó y se detuvo, pero continuó luego de un corto descanso. Cuando ya se desplazaba con más confianza se acercó al arbusto donde estaba su hermana y le dijo que lo había logrado gracias a ella: “sabía que me veías y que trataste de venir a recogerme varias veces y pensé que lo harías, por eso no me levantaba, pero cuando vi que no venías entendí que te debía mucho y tenía que pagártelo con esfuerzo y sacrificio, por eso, hermana, esta caminata la hice por ti, para decirte que ya no necesito más la muleta. Ahora los próximos pasos los haré por mí, para no volver a necesitarla”.


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