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ACUÉRDATE DE CUANDO ERAS NIÑO Y PENSABAS EN GRANDE


El éxito de una persona se basa en haber conseguido lo que de niño soñaba, simplemente por el hecho de haber permanecido intacto y no haber volatilizado su esencia. Nacemos con la intuición de lo que queremos ser y esa intuición siempre nos lleva a pensar en grande.

Pensar en grande es propio de los niños porque su imaginación no tiene límites, quizá porque ellos mismos no se ponen fronteras, carecen de los miedos propios de futuros tropiezos.

Tropezar es aprender, aprender a levantarse. Los fracasos nos muestran nuestros límites y aprender a jugar en ese terreno es una habilidad de la que depende el éxito. Por ejemplo: una persona que sueña con ser bailarina de pequeña es probable que cumpla ese sueño incluso quedándose paralítica, porque desarrollará otras habilidades que la empujarán adaptar la danza a sus posibilidades. Es decir, adaptar nuestros sueños a nuestras capacidades es el triunfo y abandonarlos es el fracaso.

Estar en un perenne estado derrotista es peligroso porque nuestra mente se acostumbra fácilmente a patrones de conducta marcados por nuestro pensamiento. El entreno de nuestro cerebro es vital para disipar cualquier rasgo depresivo.

Los estados depresivos conllevan a modificar nuestros hábitos saludables y sumergirnos en zonas abisales que afectan a nuestro bienestar. Sin embargo, es beneficioso aceptar la derrota de vez en cuando para depurarnos, pero debemos ser capaces de activar mecanismos de defensa, indicadores que nos adviertan de los límites a los que no hay que llegar porque sería devastador, ya que por el camino se puede malograr nuestra esencia y es entonces cuando perdemos.

Más que un pensamiento positivo, debemos tener un pensamiento real que es el que muestra la forma más inteligente de llegar a esos grandes sueños. No auto engañarnos es crucial para ganar la carrera más importante de nuestra vida: la realización como seres humanos porque ‘no solo de pan vive el hombre’, influencias religiosas aparte.

El rasgo principal de las personas exitosas, no necesariamente adineradas – aunque la riqueza es mil veces consecuencia de la realización personal – es su mente activa. Aunque los budistas detracten esta sentencia porque lo que ellos persiguen es apaciguar los pensamientos de ambición, causantes de las guerras, todos confluyen en que el entreno mental que impulsa a perseguir los sueños es vital para el bienestar.

El entreno mental no es otra cosa que guiar la atención hacia lo que nos haga felices, lo que nos deleite, lo que nos embelese...es decir, permitir a nuestros sentidos percibir la belleza. Evidentemente, la gravedad del estado negativo se manifiesta cuando somos incapaces de disfrutar de la belleza y es entonces cuando el entreno debe ser intensivo.

Si bien es cierto que las experiencias traumáticas que ocasionan depresión cuentan con un periodo lógico de recuperación, también es cierto que cada persona evoluciona a su manera y a su debido tiempo. Sin embargo, cabe destacar, que hay signos que indican que en los casos cuando la depresión atenta a la estabilidad del bienestar estructural como: pérdida de empleo, desorden alimenticio que lleva a la obesidad o a la anorexia, irascibilidad que lleva a la violencia... hay que actuar de manera obligatoria y recurrir a la prescripción médica.

Pues bien, en casos normales cuando habituamos al cerebro a llenarlo de felicidad, su capacidad se expande y pensamos en grande, fluyen las ideas como agua brava, nos sentimos vigorosos y preparados para abordar nuevos proyectos disruptivos que nos ensalcen, incluso habiendo pasado por periodos destructivos y entonces, esos grandes pensamientos se materializan y ya podemos disfrutar de la delicia de haber pensado en grande.

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