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EL HOMBRE COMPLETAMENTE EXITOSO


Érase una vez un hombre exitoso. Tenía un trabajo ejemplar, sus compañeros lo admiraban porque era locuaz, siempre tenía una gran solución para pequeños fallos que evitaban problemas mayores y era el mejor amigo de sus amigos porque encontraba tiempo para escuchar y dar los mejores consejos posibles, pero en su casa, con su familia, era un desastre...

Su esposa lo gritaba porque no sentía que la protegía, sus hijos lo despreciaban porque no sabían que los amaba y sus hermanos lo desautorizaban porque pensaban que era frío. No era un ser influyente porque se comportaba como un ente neutral.

Un día el hombre enfermó por aguantar tanta injusticia, él no sabía cómo hacer para explicar que los amaba y se paralizó, todos sus músculos se entumecieron, casi muere. Los médicos lo trataron y poco a poco fue recuperando su movilidad, pero mientras tanto, los problemas en su casa fueron en aumento porque ahora lo veían como a un inútil.

El hombre, desesperado, quiso acabar con todo, así que se vistió con ropa nueva, peinó su ensortijado y escaso pelo y se echó su mejor perfume... Mientras lo hacía, meditabundo recordaba su vida y se preguntaba qué había hecho mal. Si fue un mal padre, un mal esposo o un mal hermano eso fue lo que a él le enseñaron...no conocía otra forma. Así que, indignado y resignado se subió a una silla y colgó del techo una cuerda que llevaba en la mano, entre lágrimas pasó su cabeza y cuando estaba apunto de dar una patada a la silla, se detuvo. No se había despedido y así expresar todo lo que llevaba dentro. Se bajó de la silla y comenzó a escribir.

Después de escribir durante horas, arrugar cientos de hojas y tachar miles de palabras que no expresaban lo que quería decir, se quedó apaciguado mirando a lo lejos. Se dio cuenta de que nadie le había enseñado a sentir compasión por las personas a las que iba a abandonar sin haberles dado una explicación, Sintió su frustración porque se puso en su lugar y pensó que sería desesperante que alguien te dejara sin saber porqué.

Así que guardó la soga, retiró la silla y llamó uno a uno a los miembros de su familia. Fueron horas, casi días de charla. Lo que se dijeron solo él y los suyos lo saben, pero lo cierto es que, después de aquello, su familia empezó a respetarlo, su esposa ya no le gritaba y sus hijos y hermanos a admirarlo.

El hombre exitoso ya era un hombre completamente exitoso porque entendió que cuando no sabía expresarse porque nadie lo había enseñado, no tenía que atarse una soga al cuello, si no más bien romperla y comenzar a enseñar todo aquello que había aprendido gracias a no haberse quedado colgado.

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